Ir al cine es un acto cotidiano, se relaciona con disfrute, ocio, un plan de pareja, amigos o día lluvioso…
¿Pero qué sucede cuando lo que se proyecta en esa gran pantalla es el resultado del trabajo propio y de su equipo?
Ahí cambia todo, a estas alturas conoce uno cada segundo de metraje, las preguntas que se han formulado durante tantos meses se responden ahora, y en esa sala de cine me convierto en “espectador de espectadores”.
Se apagan las luces y lentamente me volteo mientras aparecen los primeros segundos, son las reacciones de los espectadores lo que realmente vine a ver ¿les gustará?, ¿conectarán con los personajes?, ¿quedarán atrapados por la historia o sólo masticarán sus perros y crispetas impasibles a lo que ven?
Siento orgullo, debo decirlo, cada vez que escucho susurros a mi espalda, “¡oooooh!” ante un espectacular plano de caballos, “¡Qué lindo!” cuando un niño habla de la vida en el Llano, veo que sonríen incluso en momentos que no habíamos previsto y en algunos casos aplauden, y no creo que a la película que acaban de ver, aplauden a la celebración de vida y costumbres que es el Llano; comentan entre sí, se llevan un trocito de ellos mismos que desconocían…, y nuestra sensación, la de un trabajo bien hecho, orgullosos de haber dado vida a una criatura que aquí comienza a dar sus primeros pasos sola.
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